Por voto mayoritario, la sociedad argentina decidió cambiar el rumbo; además de políticas diferentes de las que se venían teniendo, recuperar la credibilidad y el prestigio perdido será la mayor garantía para lograr que nos vaya bien
Claudio Zuchovicki
Si uno espera algo muy bueno, pero muy bueno, y resulta ser solo bueno, es una desilusión. Pero si uno espera algo muy malo, pero muy malo, y resulta solo malo, es un alivio.
No quiero pecar de ingenuo ni de optimista empedernido, pero quiero esta semana plantearles la posibilidad de que quizás las cosas no salgan tan mal y que, ante tanta desesperanza, se puede ver una luz al final del camino.
Si de algo estoy seguro es de que, si manteníamos el rumbo que llevábamos, con un intervencionismo estatal creciente e insoportable, teniendo que pedir permiso para importar, para exportar, para conseguir remedios, para cargar nafta, para vacunarse o para conseguir divisas para viajar, teníamos un 100% de probabilidad de estallar socialmente. Porque, además, sumo que dejan reservas negativas, inflación intolerable, pobreza y todo lo que usted ya sabe.
Con la decisión mayoritaria de la sociedad de cambiar el rumbo a partir de hoy, redujimos esa probabilidad al 50%. Al menos yo, necesito ver el vaso medio lleno.
Hace poco tomé un vuelo muy complicado, con muy mal clima, hasta dudé en subir al avión. Pero el piloto de Aerolíneas Argentinas estuvo genial, nos avisó con anticipación que la ruta de vuelo era mala, pero que no corríamos ningún riesgo. Solo íbamos a tener tres momentos de turbulencias importantes, al despegar, a la media hora de vuelo y algo más leve al aterrizaje. Me agarré fuerte al respaldo, creo que de la mano del acompañante, pero el piloto nos alertó tan claramente que cuando aterrizó en destino no me pareció tan grave.
Si las cosas salen bien y logran bajar el déficit fiscal, el Estado ya no tendrá que emitir más dinero, ni siquiera tomar más deuda. Hoy, todos nuestros ahorros, los de los fondos comunes de inversión, compañías de seguros, sociedades de retiro están financiando al Estado nacional, vía Leliq o vía bonos públicos. Si el Estado deja de tomar dinero, todas las instituciones se dedicarán a lo que saben y deben: a financiar al sector privado.
Ahora será el banco el que nos llamará para ofrecer un crédito. Esto podría desarrollar la inversión privada, construir con préstamos hipotecarios, apalancar maquinarias para las pymes, potenciar el crecimiento, y lograr que el ajuste del sector estatal no resulte una carga para la sociedad.
Eso sí, es imprescindible que el nuevo gobierno genere la credibilidad suficiente en cuanto a la ejecución de su plan, y va a resultar muy relevante el mensaje que dé el nuevo presidente hoy ante la sociedad, así como también la respuesta que le dará el Poder Legislativo la próxima semana.
Antes de que empiecen a criticarme, justificadamente por cierto, por basar esta columna solo en las ganas de encontrar un cisne blanco, déjenme preguntar: ¿No nos convendría al 90% de los argentinos que esta experiencia salga bien y que nuestros hijos tengan un mejor destino? Seguramente habrá un 10% que va a querer sus privilegios, pero, ¿vamos a dejar pasar esta nueva oportunidad?
Pensemos juntos si, sabiendo que la Argentina ofrece oportunidades muy rentables de inversión, vale la pena asumir ese riesgo y si estamos dispuestos a atravesar los que no toque atravesar. Mi respuesta es que sí.
Si existe un diagnóstico consensuado es que el mundo en general y la Argentina en particular atraviesan una fuerte crisis de confianza y credibilidad, que nos sitúa en zona de alto riesgo.
Una de las mayores ventajas de invertir en nuestro país es que se pueden obtener grandes beneficios. Pero uno de los principales inconvenientes es que perdimos prestigio y reputación, y el que invierte lo hace solo si cree que las reglas del juego se pueden mantener en el tiempo.
El mercado de capitales resulta ser un gran formador de “valores” en todo sentido. Valores mensurables monetariamente y “valores éticos”, que son los que determinan si un activo o una persona logra perdurar en el tiempo. Ganar puede ganar cualquiera. Sin embargo, para trascender en el tiempo se necesita mucho más que valores monetarios, se necesita “prestigio”.
El prestigio no se compra, se gana, se merece y se logra por lo que se hace, por los hechos y no por lo que se dice o se relata.
Para mí, es nuestro punto más débil. Tenemos recursos humanos y recursos naturales. Hay capital, pero nos falta el prestigio suficiente para que esos recursos se transformen en inversión productiva.
Si se invierte honestamente en una empresa o en un país sin prestigio o de mala reputación, tarde o temprano se perderá dinero.
Los inversores destinan su capital a proyectos o a historias bien contadas, y a conductores o gestores que saben ejecutarlos. Siempre el mercado interpreta mediante la evolución de los precios si se van cumpliendo con transparencia los objetivos planeados. Pero, si observamos el precio de las propiedades, de los bonos y de las acciones, encontramos que el promedio está a la mitad de sus valores históricos. Veremos a partir de ahora si se logra la credibilidad suficiente para cambiar este rumbo.
Por eso, una vez más, el mercado demuestra que son las acciones de las personas y las actitudes de las instituciones las que inciden en la tasa de descuento exigida por los inversores.
Yo creo que se viene una transformación importante para una recuperación del prestigio perdido. Al menos, ya empezamos por la Cancillería, que ha decidido cambiar de socios externos en forma acorde por el respeto por las democracias, dejando de lado el coqueteo con países que no respetan ni las libertades individuales ni la propiedad privada.
La buena reputación ganada por una persona a través del tiempo termina siendo una cantera infinita de buenos negocios.
Siempre, pero siempre, es el usuario o el consumidor el que valida con sus actos una historia, un precio o una tendencia. Es el usuario o el ciudadano el que tiene la decisión final sobre si algo perdura o no en el tiempo. El desafío, entonces, es adelantarse a la reacción de las personas.
Cierta vez, en busca de inversiones, me dijeron: “Lo importante no es solo lo que hace un gobierno, sino cómo reacciona la sociedad ante ello, si convalida a no”
Qué bueno sería entonces volver a nuestras fuentes y acordar al menos reglas básicas de convivencia, tales como representan en nuestras vidas algunos de los 10 mandamientos, que por algo siguen vigentes:
1) No venerarás ni idolatrarás a nadie como si fuese un Dios. Tenemos un presidente, no un salvador.
2) No robarás.
3) No darás falso testimonio contra tu prójimo.
4) No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Trabaja por lo tuyo y no para sacarle cosas a otro. En resumen, respetarás la propiedad privada.
Recuperar la credibilidad y el prestigio perdido será la mayor garantía para encontrar cisnes blancos.